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Historia

Balas bajo tierra

La familia Arizala está compuesta por la mamá, el papá y sus dos hijas. Su vida cambió durante una noche de reunión familiar en octubre de 2021. Hacia las 8:00 p.m., un grupo de hombres armados le exigieron a los Arizala que los dejara resguardarse de la lluvia en su finca.

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“Les dijimos sí, claro, pero que se hicieran lejitos. Al buen rato volvieron y nos pidieron permiso para amanecer en la casa. A uno le da como pánico decirles que no, porque uno no sabe qué grupo son”, dijo la madre del hogar, quien accedió a sus exigencias por temor.

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Esos mismos hombres, que le exigieron quedarse en su casa, se habían enfrentado ese día en la mitad de la carretera contra otro grupo armado cerca a su casa.

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A la mañana siguiente uno de los hombres armados le preguntó a la madre: “¿para dónde va la niña?”; “para el colegio”, contestó la madre, a lo que el hombre respondió: “no, señora, no la mande hoy”.

Ese día también hubo disparos y los hombres armados permanecieron en la finca de los Arizala. “Me dijeron que les vendiera comida, según ellos para que les hiciera yo los alimentos. Yo les dije: ‘les vendo, pero ustedes verán dónde la cocinan’. Mi esposo les vendió gasolina, yo les vendí arroz, unos huevos que tenía y un pedazo de panela y café”, cuenta la madre.

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Después de desayunar, las personas armadas se fueron y el conflicto se agudizó. “Fue un susto para nosotros. Uno no está acostumbrado al conflicto”, dijo la madre de los Arizala.

 “Vivíamos en una casa donde se pone frío en las mañanas. Es bonita, tiene dos pisos y varias matas. El dueño tenía gallinas y al lado había un corral de ganado. Vivíamos tranquilos en la casa y después del conflicto tuvimos que huir”, relata Anderson.

Al acercarnos a conversar con Anderson, Kaiser reaccionó gruñendo con desconfianza tras confundir las cámaras con armas de fuego. “A él no le gustan nada las armas. Él pensó que (la cámara) era un arma y le comenzó a tirar. Cuando pasan los soldados él se le tira de un sólo. Las armas es como que le da rabia entonces toca controlarlo porque nos pueden montar problema con eso”.

“Nosotros que la cultivamos recibimos un poco menos de plata, los que producen la coca más. Los narcos la llevan y se quedan con la plata. Uno pobre se queda con el cansancio y es poquita plata”, aclara el señor.

El día que los armados llegaron a su casa, la madre les regaló panela, café y galletas para que comieran algo. “Al otro día madrugué a hacerle el desayuno a la niña para despacharla pa’l colegio a las 4:00 am. Cuando llegué a la cocina seguían acostados. ¿A qué hora se levanta esa gente para hacerle el desayuno a la niña?, pensé”, relata la madre.

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Por esas fechas, el conflicto había arreciado en el pueblo de los Arizala. El día anterior, los intrusos se habían enfrentado en la mitad de la carretera contra otro grupo armado de la zona. Tras vivir mucho tiempo en el lugar, el conflicto trastocó sus vidas y la familia espera que la situación se normalice pronto.

La madre ha vivido toda la vida en el departamento y el padre llegó hace unos 30 años. El padre quería quedarse algunos días mientras emprendía para una ciudad intermedia buscando un mejor porvenir, pero se amañó y conoció a quien hoy es su esposa. “Nos enamoramos un poquito”, asegura.

Algunos se fiaron de que la situación se calmó y salieron del coliseo. A los días, cuando los enfrentamientos se reactivaron, tuvieron que devolverse. “Un muchacho no podía traer a la mamá porque la señora estaba enferma y no quería salir”, cuenta Anderson.

"Fue un

susto para

nosotros. Uno no está acostumbrado al conflicto".

La madre de la familia vivió durante toda su vida en esa misma área; el padre llegó hace unos 30 años. Él no quería quedarse viviendo en ese lugar, pero conoció a quien hoy es su esposa. “Nos enamoramos un poquito”, asegura el señor Arizala.

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En la finca de los Arizala habían 16 vacas, 14 gallos, conejos, perros, gatos, pava y algunos pollos y gallinas. Sin embargo, tan pronto el conflicto se agudizó, tuvieron que huir y dejar su finca atrás. Buscaron un albergue en un lugar cercano y dejaron solos a sus animales.

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“El día que vine para acá (al albergue) me dolió dejar a un perrito que se llama Mono, un animal loquito al que amamantó una gata y se volvieron mejores amigos”, afirma la hija menor.

La familia Arizala se desplazó con más de 2.000 personas que huyeron de esta zona entre octubre y diciembre del 2021 por el conflicto armado.

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Al abandonar a sus animales por el conflicto, los Arizala sabían que los pollos se podían morir de hambre, las vacas se quedarían sin hierba e invadirán fincas vecinas e incluso correrían el riesgo de activar alguna mina antipersonal que las mate. “Tengo unas vacas que ya van a parir, por allá solas no se sabe qué les pasa, a veces (las vacas) paren a los terneros, pero se pierden”, dijo el padre de los Arizala.

Volver

a la finca no

sería posible. El conflicto no lo permitiría.

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Los Arizala nunca aceptaron las ofertas que les hicieron para comprar la finca porque nunca quisieron irse. Sin embargo, esta vez no tuvieron otra opción más que huir del lugar que más querían, su finca.

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Empezar de cero no es sencillo. “Dejar de la noche a la mañana botado todo es duro. Uno tanto que se jode. Eso es lo que a mí me duele tanto”, lamentó la madre.

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Como consecuencia de los combates constantes en la vereda, muchas balas quedaron en la tierra e impactaron las viviendas. “Fueron 12 kilos de casquillos (de bala) los que recogí. Mi casa recibió una bomba que rompió la pared y por eso nos tocó salir. No se sabe cuándo termine esto”, dijo un hombre que también se desplazó y que vive cerca a la familia Arizala.

La señora Arizala dice que lo más caótico, en medio del conflicto, es el sonido de los aviones que asusta a la gente, porque no se sabe qué artefactos explosivos van a tirar. “A veces caen bombas en las casas y a veces matan a los animales”.

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Cuando se escuchan disparos a la hija menor se le paraliza el cuerpo y no se puede mover, se le quiebra la respiración y se esconde. Por eso, volver a su finca en medio del conflicto no es posible.

"A veces caen bombas en las casas y a veces matan a los animales". 

15 días después del desplazamiento forzado, los Arizala recibieron la noticia de que no podían regresar al lugar en el que vivían. A la familia la habían amenazado. Es posible que las amenazas hayan sido la consecuencia del permiso, que por temor, concedieron a los hombres armados para quedarse en su finca.

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En Colombia, hay personas y familias que quedan en medio del conflicto. Si la población se rehúsa a brindar lo que exige un grupo armado, las consecuencias pueden ser violentas; pero si los civiles cumplen las exigencias, los otros grupos armados no lo perdonan tampoco.

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La menor de las hijas Arizala mantenía la esperanza de que la situación mejore: “yo sí quisiera que todo se volviera a la normalidad, vivir en paz, no volver a salir corriendo, si ya se calman las cosas se puede seguir trabajando. ¿No será que con la ayuda de Dios volvemos a la normalidad en la vereda?”.

Lastimosamente, la familia Arizala se volvió a desplazar como consecuencia de las amenazas. Esta vez huyeron más lejos y tuvieron que  dejar atrás su vida en el campo y a sus animales.

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Gracias a la generosidad de la Unión Europea la familia logró organizar un nuevo comienzo en otro lugar, lejos de donde vivían. En estos territorios afectados por el conflicto también brindamos alimentación, elementos para alojamiento, atención en salud, materiales escolares y protección.

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Usted puede seguir ayudando a familias como los Arizala, afectadas por el conflicto armado en Colombia y que no pueden volver a sus hogares.

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